martes, 28 de mayo de 2013

IMPOSICIÓN- OPOSICIÓN.

Ezio Bosso – Exit, Run 44
Hace muchos años mi ciudad fue asolada por una brutal tormenta; desde el cielo, se precipitaron sobre nuestras cabezas, la lluvia, el granizo y el plomo... Después del derribo no hubo paz, ni calma; llegaron miles de uniformes con prohibiciones severas, a nuestras ya mermadas subsistencias. Por mandato expreso del líder nos vimos obligados a guardar silencio; la educación dio paso al adoctrinamiento. Fue entonces cuando muchas palabras dejaron de pronunciarse y creímos que serían irrecuperables... Algunas fueron dichas por última vez frente a un pelotón, enmudecidas por ráfagas de metralla; y otras se guardaron junto al miedo, quedando olvidadas entre los laberintos del subconsciente.

Corría de boca en boca una historia... alguien me contó, que en no sé dónde, un hombre guardaba muchas de esas voces prohibidas. Se decía que las conservaba en cajas de cartón, etiquetadas y ordenadas por orden alfabético. Pero nadie aseguraba la existencia de aquel hombre, y pensando que sólo eran fantasías, preferí no ilusionarse demasiado con aquella utopía, así que continué sobreviviendo integrada en el rebaño de ovejas mudas. Nuestras vidas se resumían en esto: comer lo que se podía y dormitar el resto del día... Cada cierto tiempo los más suertudos éramos esquilados, otros con más infortunio sacrificados.

El azar, la suerte, ¿el destino?... Le conocí sin saber que era él, a quien llevaba buscando entre sueños durante años; vendía las palabras olvidadas al peso, en un puesto de patatas del mercado. ¡Con el hambre que tenía...!, y sin embargo después de hablar con él, preferí comprarle aquella caja vieja, que contenía 250 gramos de palabras vetadas. Escondida en un soportal, las engullí una a una, por temor a romperlas con los dientes y que pudieran perder su significado. Con alguna me atraganté un poco, consciente de los problemas que me iba a ocasionar cuando la pronunciara en voz alta.
No sé si fue por no masticarlas..., el caso es que de vuelta al redil sentí que burbujeaban en mi estómago, hasta que salieron en tropel por mi boca formando frases que hacía mucho que no se escuchaban. Ante las miradas atónitas del resto del rebaño, me sonrojé e intenté tragármelas de nuevo, pero fue imposible... Muchas palabras flotaron durante unos minutos en el aire, hasta difuminarse con las formas de las nubes. Otras cayeron al suelo, y tras ser pisoteadas y despiezadas en sílabas, murieron ahogadas en el estiércol.

Vencida, la tierra húmeda y blanda acogió la acometida de mi cuerpo. Los demás guardaron silencio, para que yo pudiera escuchar el avance de la jefería, cada vez más cercana y cruenta; podía oír el paso firme como el trote de unos caballos... Levanté la mirada del suelo, pues era lo único digno que podía hacer, y vi unas manos que se hundieron en el fango para recoger unas cuantas sílabas. Una anciana las giraba entre sus dedos temblones y las miraba con detenimiento, como si fueran piezas de un puzle, buscando la forma de encajar unas con otras. Se acercó a mí muy despacio, tratando de guardar el equilibrio para no derramar lo que llevaba...; eran varias palabras atolondradas entre las líneas de sus manos: vencer, nuestras, pueden, al, voces, sometimiento.

Demasiado tarde, pensé, pues sentí el bufido de una de las bestias, que ya estaba a mi lado, babeando excitada por tan preciada presa, y creí que todo había terminado. Ni tuve tiempo de incorporarme, mi cuerpo fue arrastrado por campo abierto, de camino al descampado... Pensando que lo último hermoso que iba a ver sería el cielo nocturno, abrí los ojos para contemplar su hermosa oscuridad, y todo el negro que contenía se precipitó sobre mi. Quise imaginar que en las gotas de lluvia, las nubes devolvían las palabras que había dicho antes. Y por un momento creí que estaba soñando despierta, porque pude oírlas tímidamente en pocas voces que nos seguían de cerca..., y poco a poco fueron surgiendo los ecos.

Aunque mi cuerpo temblaba, yo ya había dejado de tener miedo. Preferí ponerme en pie para ver como las voces se multiplicaban hasta convertirse en un clamor, que amordazó el grito de las bestias... Esa fue la primera vez que nuestras palabras silenciaron el ruido de los metales; lentamente empezábamos a recuperar la voz.

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