Las palabras que ha aprendido por
la noche, no necesita escribirlas veinte veces para memorizarlas. Mientras se
queda dormido pululan por su cabeza, se multiplican por mil, y una vez
indefenso, irrumpen belicosas en sus sueños. Desbaratan la magia de los deseos,
gritan voces que no entiende y le hacen daño, hasta que consiguen despertarlo.
Entonces Miguel gimotea en la
oscuridad, sin atreverse a soltar el llanto. Se tapa hasta la cabeza para no escucharlas, y debajo
de las mantas se maldice. Todavía no sabe y nadie le explicará que una vez
aprendidas, esas palabras son como las tablas de multiplicar.
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